

"El árbol del que "nací",
del que mis padres llegaron,
donde entre sueños y revoloteos me encontraron.
Puede sonar como un cuento raro,

pero mamá dice que los adultos no cuentan mentiras;
dice que todos son sinceros,
de todos modos...
Aún no le creo".
Me desperté, y mis lánguidas piernas, debiluchas, colgaban de mi cama hacia la nada, hacia el suelo, hacia ese no se qué, creo agujero negro.
Mamá acostumbraba limpiar todos los días a las seis de la tarde debajo de la tabla con paja donde dormía, diciendo en forma de pretexto, que yo era muy sucio y que los monstruos debajo de ella me iban a comer.
La cosa era que, el agujero negro estaba máaaaas abajo; que mi cama estaba colgada de un hilo, y que yo estaba sobre ella.
Mas, había algo que no podía evitar mi franca felicidad: Estaba colgante en el árbol de los sueños, y no estaba en mis deseos bajar. La risa del verde de las hojas me extraviaba,
"porque si bajo encontraré sólo y triste el risueño llanto de éstas"- Murmuré.
Pero ya estaba allí, y no me quedó más que vagar entre las transparentes ramas, y mirar cómo los de abajo subían y bajaban una y otra vez; arrancando los frutos que deseaban y comiéndolos a bocados enormes.
Parecía que el tiempo no pasaba porque en el reloj del árbol estaba toda la arena del mundo, y por eso el tiempo no me importaba mucho, solo a los de abajo; porque a todos les daban sólo un granito de arena, y eran los primeros en perderlo.
Parecía que el tiempo no pasaba porque en el reloj del árbol estaba toda la arena del mundo, y por eso el tiempo no me importaba mucho, solo a los de abajo; porque a todos les daban sólo un granito de arena, y eran los primeros en perderlo.
Me extravié entre la presencia del pastoso suelo, de la raíz de donde había venido y en la que había tropezado y aprendído no solo a bordar botones, sino a tejer corbatas con todos los días de abril.
La mujer de cabellos serios y piel clara bajó con agilidad el tronco, como si lo hiciera siempre, con el don de traerse ramas, con el peso que lleva encima parece como si se resvalara. Y la observé: Su naríz, y esos ojos llanos almendrados, su tez clara, y su cabello negro.
¡Yo la ví corriendo e iba y me cargaba!
Era mi madre quién me buscaba. Dijo que nací de un árbol, y yo el de las ramas doradas...